Algo positivo del stop obligado, es que ha sacado del closet al periodista o escritor que muchos llevamos dentro. En mi caso, en menos de una semana, la cuarentena me llevó a desempolvar el blog personal que tenía enclosetado hace 8 años.
“En tiempos de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario” George Orwell.
Aquí lanzo mi primera piedrita de paz revolucionaria: Si nos molesta mucho la soberbia de los políticos, es porque es nuestra.
Escojo a los políticos porque están más de moda, ahora que nuestra salud física parece estar de alguna forma en sus manos, pero aplica a cualquier etiqueta. Si no nos gustó la afirmación, esa es la idea. A mi tampoco me gusta.
La lanzo así porque creo que el cambio profundo de consciencia es el que más evadimos por naturaleza y si lo suavizamos, nos alejamos de su sentido de urgencia. Como las lecciones sólo se aprenden en carne propia, mi aprendizaje reciente ligado a la situación de la pandemia mundial y a la prepotencia o el instinto de superioridad que aparecen por doquier en redes, noticieros y demás, me llevó a compartirles esta reflexión.
El día que escuché por primera vez el concepto de EGO espiritual, me enojé. Sí, se refiere a lo típico que pasa cuando entras en ese camino: medito, me voy a un retiro, compro orgánico/vegano, leo a todos los gurús y en algún punto, sin darnos cuenta, (ta taaan) creemos que, por resumirlo, los demás no saben nada. Surgen preguntas como: ¿Cómo no han despertado y no entienden aún que todo es energía? Para el que cree en esto, es muy fácil caer en la trampa, igual que para el que no cree y critica, es la misma ecuación.
Me dijeron un día: cuidado con sustituir un ego con otro. Bajarle la voz al ego para escuchar y escucharte con un mapa mental más limpio, es lo que se supone queremos cambiar en la búsqueda espiritual. Usándome como ejemplo, caí redonda hace unas semanas cuando algo sospechaba, por las pocas noticias que vi (intento saber lo imprescindible para no contaminar mi mente con violencia e información que juzgo de negativa) y algo en mis pensamientos, sabía que el tema del COVID-19 tomaba fuerza en Europa. Quise minimizarlo usando mi conocimiento y tildé de exagerados a quienes estaban preocupados. Ahora me río sola de mi misma, y si me das pie, lloro también.
Ese mismo día, llegaron como ángeles los neuróticos/escépticos que me rodean y me pusieron en mi sitio rapidito. Como estoy en un auto-coacheo permanente y a veces agotador, intenté escuchar sin prejuicios su visión alarmista. Gracias a ellos pude reaccionar a tiempo y tomar un avión de regreso a casa antes del un posible cierre de fronteras.
Para vivir al cien la filosofía que compramos los más espirituales, o eres Jesús, Buda o extraterrestre. O lo que considero que realmente aplica: somos seres excepcionales, como todos los demás, que debemos recapacitar y retractarnos las veces que sean necesarias, sobre todo, cuando la realidad nos muestra insistente que por ahí no es la cosa o te sacude brutalmente con una pandemia global. Esto ya lo hemos visto en varios presidentes, sólo que ninguno ha admitido el error. Ya expuestos, se evidencia que aún somos humanos independientemente de lo que sabemos o del rango de poder que tengamos. Reconocer que seguimos aprendiendo es la clave del éxito.
Para reforzar la lección en un contexto más personal, si veo soberbia en las decisiones del gobierno, de médicos, figuras públicas o famosos y me molesta mucho, es porque también habita en mi. Sin embargo, lo revelador es que la solución se esconde en las situaciones cotidianas y en las relaciones más cercanas, no en lo que hagan o dejen de hacer quienes señalamos como los culpables de lo que vivimos.
Aquello que pasamos por alto, justamente, por soberbia no diagnosticada ni reconocida por su protagonista estelar (cualquiera de nosotros) es el mejor lugar para empezar a cambiar lo que no nos gusta de las altas esferas. Cuando pienso, aunque no lo diga por educación, que los demás “no se enteran” y “yo si se cómo es la vaina”, eso se traduce en que me siento superior y no me he puesto en el lugar del otro genuinamente.
Para comprender a alguien que nos detona esto, no hace falta comprarle su idea ni estar de acuerdo con lo que hace. Se que sueno repetitiva, discúlpenme. El primer paso para lograrlo es revisar ¿A quién le estoy peleando por tener la razón en casa o en un chat grupal encendido?, ¿A quién juzgo sin piedad por lo que hace o dice? Y la cereza del pastel, ¿Cómo me juzgo a mi mismo por lo que me sale bien o no tan bien? El meollo de la cuestión, que resulta en que si rebajo o descalifico al otro, aparentemente me siento mejor.
La pobreza extrema que vive el 90% de la población mundial: la desvalorización propia (según un estudio comprobado por mi misma y por todos los que, en espacios de vulnerabilidad, aceptamos que nos sentimos: menospreciados, inseguros, ignorados, heridos, culpables o incompetentes para…)
Si escuchamos con la mente abierta, sin atropellar con nuestra opinión, si respetamos la del otro aunque nos parezca ridícula, si nos responsabilizamos por nuestra cuota de influencia en el mundo que creamos y dedicamos tiempo a lo que sí podemos cambiar, entonces, tenemos la vacuna contra la hostilidad.
Decidir cómo quieres juzgar lo que “ves” es una elección, sin excepciones. Esta es mi receta: Tomarnos juntos un té de humildad, encontrando lo que nos une desde la empatía y el amor (disponible gratis para toda clase social).