Tengo un propósito: dejar de etiquetarnos, encasillarnos y separar o separarnos desde las diferencias. Cuando nos encontramos y logramos distinguirnos desde las coincidencias, ocurren cosas positivas impulsadas por nuestra esencia: las emociones (el motor de toda lucha humana, de paz o de guerra). Nos perdimos amigos. Hemos ramificado y delimitado territorios en exceso, y confieso que no logro ver el beneficio. Uno de los aprendizajes que creo (y espero) estamos asimilando al atravesar la pandemia 2020 y el mensaje global que nos regala.
¿Cuál es la verdadera utilidad de clasificar y separar una cosa de otra? La ciencia que lo aborda es la taxonomía. Fue Aristóteles quien decidió dedicar su vida a poner orden a las cosas que habitan en el mundo de la naturaleza. Unos cuantos años después, no culpo al sabio filósofo, pero siento la responsabilidad de cuestionar en dónde nos es útil hacerlo y dónde pareciera que limita nuestra posibilidad de evolución.
En el ámbito de las relaciones, la conclusión a la que me he acercado es que no sirve de mucho delimitar donde empieza y donde termina una u otra. Llamamos “amor” a lo que se refiere a la pareja. ¿Pero eso excluye al amor de la relación que tenemos con el trabajo? He amado y he “odiado” mi trabajo, a algún jefe, socio, cliente o personas de mi equipo. La emocionalidad implícita que existe en todas las relaciones no debe esconderse o mirarse con frialdad, porque suele ser justamente esa, la causa de incontables frustraciones o enfermedades que nos ocurren en el camino (que algunos aún piensan que es cuestión de azar o que esa “gripe” no tiene nada que ver con el nivel de presión que tengo en la oficina, con el dinero o en casa).
El fondo es el mismo en toda relación. Lo que determina su éxito o fracaso se fundamenta en el amor o en el miedo que están detrás de nuestras razones para actuar. En el trabajo, ahora existe una tendencia (calidad de vida en la empresa, bienestar, coaching de vida para ejecutivos, departamentos de diversidad e inclusión, responsabilidad social, etc) que intenta volver a incluir el factor humano en donde se ha excluido desde la revolución industrial.
En el ámbito de pareja, tendemos a dejarlo más a la suerte, a cupido o la intuición. Ahí si está “permitido” dejarnos llevar por los impulsos pasionales y no importa si tenemos o no un plan estratégico, prevención de riesgos (de corazones rotos) u objetivos medibles y sostenibles. Se dice en la filosofía mundana que sólo importa lo que sentimos por el otro y advierte que no será fácil. De ahí surgen canciones, poemas y películas que nos conmueven, aunque no nos ayudan a crecer a la misma velocidad que un curso académico.
Descrito así, es evidente que hay una pata coja en ambos sentidos. Bloquear emociones en el trabajo tiene consecuencias incontables, que llevan a tomar decisiones sesgadas y crueles (que me recuerdan a la época de la esclavitud). En la pareja, la falta de orden, desarrollo de habilidades y aplicación sistémica de aprendizajes, llevan igualmente a la frustración y al dolor por desconocimiento de que también pueden trabajarse racional y eficazmente.
Empecemos por lo micro para acercarnos al objetivo macro (esta es mi filosofía).
¿Qué nos pasa cuando tenemos un problema en casa o en relación de pareja? Perdemos foco o concentración en el trabajo. ¿Y cuando no estoy bien en el trabajo, no tengo trabajo o no hago lo que quiero profesionalmente? Drenamos la frustración en casa.
El ejercicio espejo casa-trabajo es una de las ventanas más útiles que he descubierto para poder guiar a alguien a entender de dónde vienen los “problemas” que enfrenta. Las relaciones que establecemos a nivel inconsciente tienen más que ver con el rol que asignamos a alguien, que con el papel que representa en el escenario. Es decir, puede que la relación que tenga con mi jefe o colaborador sea una proyección de la que he tenido con la figura paterna/materna o con los referentes de autoridad. Igualmente, la relación con socios tiende a tener muchas coincidencias con la que tengo con la pareja y los retos que me presenta. Cuando existe desconfianza y necesidad de control, probablemente veremos celos en la pareja y dificultad para delegar en el trabajo.
Donde sí encontramos una distinción digna de clasificar y desmenuzar, es en el nivel de madurez. Por experiencias previas, es probable que hayamos tenido la oportunidad de crecer más rápido en un ámbito que en otro. La clave está en reconocer que están correlacionados y que observarlos desde perspectivas distantes, nos priva de trasladar el aprendizaje. Para evitarlo, lo recomendable es utilizar estos referentes propios donde tengo mayor ventaja para disociarnos de la carga emocional, lograr ver el big picture y crecer más equilibradamente.
Voy a hacer énfasis en una de sus vertientes para acotar y afianzar la intención de este artículo: ¿Qué significa cuando miramos hacia “otro lado” y buscamos “otras opciones”?
Una de las grandes similitudes es que en todos los vínculos que establecemos buscamos el famoso “dando y dando” o “win-win”. Todo lo demás, cae en la casilla de la necesidad, la dependencia y el miedo (todas excluidas cuando hablamos de vivir desde el propósito).
El punto álgido en las relaciones llega cuando:
- Siento que he aprendido todo lo que esta relación puede ofrecerme y necesito un nuevo reto de crecimiento para avanzar.
- Siento que la otra parte se niega a aprender lo que tengo para dar y eventualmente me canso, me aburro o me desencanto.
- Soy yo quien se resiste a aprender del otro lo que tiene para darme y en vez de esforzarme por desarrollarlo, llega a molestarme cuando exhibe su nivel de paciencia, alegría o libertad, por mencionar algunos clásicos.
Esto explica por qué alguien que admiramos (con mariposas en el estómago), puede con el tiempo llegar a generarnos un rechazo inexplicable. Debemos tener muy claro lo que hay debajo de la superficie para saber si hemos aprendido todo lo que podíamos o hemos intentado enseñar lo que se nos da muy bien, desde la empatía y no desde la imposición.
Uno de los mayores aprendizajes (propio y de un 99% de los casos que he trabajado) consiste en aceptar que el reconocimiento y valor propio que no sabemos darnos (porque no estudiamos la asignatura “Autoestima” en la escuela), lo esperamos, buscamos y demandamos de jefes, seguidores o parejas. Cuando cambiamos el foco de frente, nos encandilamos. Lo que conlleva asumir que es nuestra responsabilidad aplaudirnos, querernos o rechazarnos, suele ser el camino que requiere más esfuerzo individual en la vida de una persona. Si se logra, los espejos pasan a ser aliados y compañeros de viaje, dejando de ser culpables.
Pensamos que “se acabó el amor” o que la empresa “no me entiende o me valora”, que somos quizás unos traidores por reconocernos buscando algo más. La única forma (que conozco) de deshacernos de lo que suele frenar, bloquear y desviarnos aún más de nuestro propósito individual, es cuestionando si existe o no la posibilidad de construir un nuevo proyecto, camino u objetivo en conjunto, en el corto y largo plazo, con esa empresa o esa persona. Son estos factores de fondo, no de forma, los que nos llevan a buscar nuevos caminos. Sin el aprendizaje y una comunicación efectiva, repetimos la misma historia, una y otra vez, con diferentes caras y en diferentes proyectos.
Se me vienen a la mente una gran cantidad de ejemplos (basados en hechos de la vida real) para evidenciarlo. Sin embrago, la experiencia me dice que en el mundo del corazón y la razón no hay una talla única que se amolde a todos. La complejidad emocional de cada persona está marcada por su historia y por los referentes que haya tenido en su infancia.
La buena coincidencia, es que la decisión de alinearnos a nuestro propósito individual, profesional y en pareja, es igual de posible y aplicable en cualquier caso. El detonante es dar el paso para querer cambiarlo. Pecamos de pensar que nuestro caso es único, y aunque lo es, no nos exime de la tarea de indagar y movernos hacia la libertad para trascender los límites que ya no se ajustan a nuestra realidad y deseos.
Vivimos un momento histórico a nivel macro y micro, perfecto para soltar lo que sobra, abrir espacio y tiempo para reinventarnos desde otro lugar, pero ¿Nos hemos preparado lo suficiente y queremos “sacarnos de nuestras casillas” con un propósito definido y digno de seguir luchando (en equipo)?
2 Comments
by VICENTE
Si los seres humanos no nos etiquetáramos , encasilláramos y dividiéramos , viviríamos en otro mundo.Ojala este mensaje que nos han mandado , nos ayude .
by Clementina
Gracias por estas reflexiones tan inspiradoras! Lo bonito de reconocer la diferencia es poder abrazarla teniendo consciencia de que gracias a ella somos más completos!