El arte de juzgar

En una entrevista que vi hace poco, Isabel Allende comentaba: …si se juzgara al artista por su vida y no sólo por su obra, no existiría el mundo del arte o la literatura como lo conocemos. Dicen que, si Picasso viviera en esta época, podría acusarse de misógino o de abuso sexual a menores, y sin irnos tan lejos (2019), J. Balvin causó una polémica en redes sociales al decir que admiraba a Chris Brown por su talento, independientemente de que haya sido juzgado por violencia de género.

Me he cuestionado hasta qué punto es conveniente valorar una faceta de una persona sin incluir otras en la ecuación, pues desde la ética o ciertas creencias sociales, da la impresión de que, por un lado, corremos el riesgo de perdernos grandes aportes a la humanidad, y por otro, parece que el “castigo” social va en aumento y muchos dejan de seguir y admirar a sus referentes por falta de integridad en su vida privada. ¿Qué ha cambiado o está cambiando? 

Si un médico realiza una mala praxis, se tiende a juzgar puntualmente su capacidad como profesional y no solemos cuestionar a la medicina como ciencia. Si un coach o terapeuta no logra que las personas mejoren o se “curen”, la sentencia va más allá del personaje y se suele ampliar hasta decretar que la disciplina tampoco funciona. “Los psicólogos no sirven para nada”, se oye aún en boca de mentes más cerradas, pero sería raro escuchar que “los médicos no sirven para nada”. En los escenarios alejados de la ciencia tradicional, el juicio se sustenta más en un acto de fe (más emocional y a conveniencia del juez) que en una evaluación racional.

En el mundo del Liderazgo y crecimiento personal, cuesta más deliberar, porque en vez de pintar o cantar, nuestro trabajo es predicar el “deber ser” y guiar a los demás a que vivan una vida más plena y feliz. Cuando comencé a trabajar en esto, mis voces internas hicieron una fiesta. ¿Quién eres tú para ayudar a alguien si aún tienes tanto por resolver en tu propia vida? En el plano más espiritual, advierten sobre el riesgo de convertirnos en “el sanador no sanado”. Se refiere a quien cree que puede enseñar algo a alguien que aún no ha experimentado en su propia piel, pues dominar un conocimiento no hace al maestro. Son la experiencia y el ejemplo las asignaturas por aprobar ante sus seguidores, como bien demostró Jesús en su momento (y aunque la Iglesia como institución pierda seguidores a montones, pareciera que el líder espiritual sigue tan vigente, que si tuviera una cuenta en Instagram, podría competir con Cristiano Ronaldo).

Como por ahora la mayoría no estamos iluminados, una idea más equilibrada, aunque suene utópica, sería aceptar que que cada cual trae su bagaje (o rabo de paja) y que debemos humanizar a los ídolos, autoridades o influencers (porque sienten, se equivocan, y van al baño, igual que el resto de los mortales). Lo que no es igual a hacerse la vista gorda ante delitos o actos ilegales, esa es otra conversación.

Sin distinguir por sectores o profesión, algo que me gusta de vivir en este momento de la historia es que cada vez se acortan más las distancias. El tiempo y las fronteras son relativos, la separación de la vida personal y profesional pasa a ser casi imposible. Estamos más conectados y expuestos que nunca, y si tenemos una identidad virtual, ésta pasa a ser la carta de presentación para encontrar un trabajo, hacer networking o buscar pareja, y si no la tienes, puede ser algo sospechoso.

Si la transparencia sobre el impacto económico, social y ambiental es un requisito (cada vez menos voluntario) para decidir comprarle o no un producto a una empresa, es cuestión de minutos, que la demanda de presentarnos como un “todo” en el escaparate virtual y presencial, tener una marca personal (con un alto grado de responsabilidad), sea la misma para las personas en lo individual.

Pero todo tiene sus dos caras. Ante el revuelo del Covid-19 y la censura aplicada por los “jueces” sin título detrás de Facebook, Twitter, Youtube o IG, se planteó algo que captó mi atención: ¿Qué pasaría si se perdiera el anonimato en las redes sociales y el requisito inicial fuera registrarte con documentos oficiales de identidad? Creo que la razón detrás de esta posibilidad es que la libertad de expresión se ha desvirtuado (esto en LinkedIn no sucede). Siento que la ética en el periodismo y la comunicación que aprendí en la universidad ha quedado obsoleta y una vez más, nos toca actualizar las bases de la interacción humana ante los retos que nos regala la era digital.

Lo innegable es, que a medida que vamos avanzando en el tiempo, se hace más difícil separar las facetas de una persona (celebrity o normalita) y se le exige honestidad y coherencia. Desde mi perspectiva, esto es signo de evolución humana, siempre y cuando se cuestionen (de la misma forma), a las miradas externas que premian o castigan a quienes valientemente se exponen más que la mayoría.

Delimitar hasta donde mantenemos un grado de privacidad vs desnudarnos totalmente para conectar con otros, no tiene que ver con cuánta información damos o dejamos de publicar, sino con el lugar desde donde lo hacemos y el para qué. Algo mucho más simple que una poderosa estrategia de marketing, pero que no necesariamente facilita la respuesta, es hacernos conscientes de la carga de prejuicios que tenemos y cómo ésta influye en la manera en que actuamos, nos juzgamos y, en consecuencia, proyectamos sobre los demás, siendo protagonistas o consumidores de productos y contenido (que es lo mismo).

Aplicando la Regla de Oro (trata a los demás como quisieras que te trataran a ti),  pocas dudas quedan y se evidencia de qué nos sirve etiquetar o sentenciar a “muerte” al otro, si al final, moriremos con él en el intento. ¿Dejarías de admirar el Guernica porque Picasso hizo lo que hizo con su vida personal? Podríamos separar el juicio moral del juicio estético y fin del asunto. Pero ante la mirada del camino emocional del ser, no cambia un ápice el fondo: ¿Cuál sería la sentencia que aplicaría a alguien de mi familia si llegara a cometer el mismo “crimen”? Es probable que seamos capaces de ver su talento, su lado “bueno” y hasta justificar sus acciones.

Conociendo el momento de la historia, el contexto social y familiar de cada persona, suele suavizarse o moderarse el juicio, pero no siempre nos tomamos el tiempo para hacerlo o quizás no nos importa suficiente. La película Milagro en la celda 7 es un claro ejemplo de lo que intento explicar, pues nos hace llorar mientras admiramos a delincuentes que están cumpliendo una sentencia por delitos graves en la cárcel. Y yo me quedé pensando: ¿Podríamos llegar tener ese mismo sentimiento por los “pranes” en Venezuela, los narcotraficantes en México o los terroristas en el mundo? Este análisis lo dejo para un siguiente capítulo.

Entonces, el asunto es bastante relativo según los ojos que lo observen y el vínculo existente entre las partes (y digno de debate, uno de mis favoritos confieso). Lo más útil que he aprendido sobre la teoría alrededor del arte de juzgar, es que es imposible no hacerlo, eso para empezar. El ego está y mientras haya cuerpo, existirá.

Una manera sencilla de llevarlo a la cotidianidad sin adentrarnos en la teoría moral o filosófica es detenernos en: Me gusta o no me gusta, estoy de acuerdo o en desacuerdo, lo quiero en mi vida o no lo quiero. Hasta ahí existe un juicio válido que proviene de la libertad de la que todos gozamos (y deberíamos gozar aún más, sin duda) que define al cuestionado libre albedrío y a la libertad de expresión auténtica. Puedo escoger qué pensar y qué quiero percibir de la realidad que me muestran el mundo y las personas, respetando su libertad y dignidad, sin descalificarlas (la coletilla, lo más importante de la frase).

 “No me gusta porque es…o no debería hacer o decir…” Ahí es donde la pausa es necesaria y comienza a masterizarse o empañarse el arte de juzgar (pues habla más de nosotros que de la víctima en cuestión). Detectar si la falta empatía es uno de nuestros puntos débiles y trabajarla reconociéndonos poco humildes, es lo que percibo muchos no hacen consciente en su propia introspección (la mayoría me dicen: ¡Soy muy humilde!, confundiendo el concepto con ser compasivos con el desvalido o el “pobre”).

Confundir libertad con libertinaje, opinión con insulto, es más común y perjudica más de lo que creemos. La cantidad de secuelas físicas y emocionales que deja en una persona el feedback no constructivo (dado desde las posturas radicales, la envidia o el resentimiento) son incontables. Y permanecer en el anonimato al hacerlo, ya es la cereza del pastel que estamos cocinando a máxima potencia actualmente.

Quienes traspasan esa barrera, logran conectar con otros desde una autenticidad y vulnerabilidad plausibles, siendo compasivos con quienes no han tenido la misma suerte y apoyándoles. Y los que realmente hacen la diferencia, son quienes mientras se exponen, actúan desde la admiración, sumando esfuerzos incluso con sus competidores.

En mi opinión, alguien que exhibe lo que describo es Alejandro Sanz (intentaré ser lo más objetiva posible). Para quienes lo “seguimos” más allá de la música, sabemos que constantemente promueve nuevos talentos y reconoce a quienes lo han inspirado. Cuando lo conocí, me dedicó unos minutos de atención plena y genuina, escuchó y preguntó como si tuviera todo el tiempo del mundo. Dos semanas después, me envió un mensaje y comenzó a seguirme en IG como había prometido. Me dije a mí misma: ¿Lo Ves? Es tal y como lo habías imaginado, lo que escribe y canta hacen match con lo que hace. ¿Qué tiene rabo de paja? Probablemente. Decido quedarme con las coincidencias y la convergencia, el único lugar donde ocurren los milagros.

Volviendo a tierra, concluyo con la idea de que las “malas” palabras y la indiferencia pueden ser más violentas que un golpe físico, dividirnos y enfrentarnos, pero a la inversa, pueden inspirar y movernos hacia adelante (como me pasó después del encuentro con Alejandro).

Pensando en un buen cierre para un gran tema, me quedo muda y se acallan mis propias palabras, pues reconozco que, aunque no estoy diciendo nada nuevo, nos queda mucho por trascender. Enric Corbera dijo un día “Todos tenemos un terrorista por dentro” y aunque aceptarlo no fue fácil, con el tiempo comprendí a que se refería. Hacer la pausa antes de hablar, cuestionar al ego y al instinto de superioridad que emanan del conocimiento, el poder y el miedo, es un buen comienzo.

Ya decía sabiamente Sócrates que sólo sabía que no sabía nada. Y también nos dejó (aunque no se sabe con certeza si fue él) una fórmula infalible para poner en práctica la teoría: Antes de hablar piensa si lo que vas a decir ¿es verdad? ¿es necesario? ¿es amable?

Un dilema de esta magnitud ha sido y seguirá siendo tema de conversación por aquí y por allá. A veces pienso que, sólo en el más allá, entenderemos realmente el arte de juzgar y el significado del juicio final. Pero lo que sí me atrevo a afirmar, es que el avance o retroceso de la humanidad, dependerá más de nuestra congruencia y humildad, que de la tecnología y la ciencia.

Empezar con las palabras y seguir practicando el ejemplo, recordando cada día que no somos ni más ni menos, somos todo y nada de lo que nos han contado. Somos artistas y creadores de nuestra propia vida, la única obra maestra que realmente podemos juzgar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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