Compasión (en la práctica)

Escogí escribir sobre un atributo que no me distingue. Antes de que llegue otra idea a tu mente, voy a intentar explicarlo de la forma más práctica que conozco. Cada uno de nosotros tiene un inventario de atributos esenciales que, cuando los vemos por primera vez, ocurre algo que se asemeja a cuando nos leen una carta astral: conectamos con una aparente coincidencia (sorpresiva y reveladora) cuando vemos un conjunto de conceptos que, para bien y para no tan bien, aseguran definirnos.

En mi experiencia, no he tenido un sólo valiente (sinónimo de cliente que apuesta, cree, confía y cambia) que niegue verse reflejado completamente en su perfil, ni que no sienta algo entre asombro, esperanza y cara de what? , al darse cuenta de qué esta hecho y de que todo lo que ocurre o deja de ocurrir en su vida, tiene una explicación, una razón de ser y un solo protagonista (él mismo).

Dicho perfil está compuesto por virtudes o atributos que manifestamos a tres niveles. Lo de los niveles es cuestionable (y ahora sé que hay niveles dentro de cada nivel), pero nos toca simplificar para evitar perder el sentido práctico del método. El primero, me gusta llamarle nivel “maestro”, porque se compone de aquellos atributos que se nos dan de manera innata y aplicamos sin esfuerzo alguno. Son esos que los demás admiran y aprenden de ti, al mismo tiempo que te generan una emoción incomparable compartirlos.

El lado peligroso de lo que dominamos a nivel maestro, florece cuando intentamos enseñarlo a otro imponiéndonos en un intento de control y desde la idea de que tenemos la razón o sabemos más sobre lo que el otro necesita. Es decir, existe otro atributo que no hemos desarrollado y que opaca o invalida a aquel que se nos da naturalmente. Otro fenómeno recurrente, es cuando creemos que, como el atributo es tan obvio y tan fácil de aplicar para nosotros, ¿Cómo es posible que el otro no pueda o no lo vea como yo? La frase estrella: “No entiendo cómo no entiende que sólo tiene que ser más… disciplinado, responsable, auténtico, alegre, paciente, etc…”.

El segundo, es un nivel neutro. Naces ya graduado en su desarrollo y aplicación cuando es o ha sido necesario. No te generan ruido alguno en tu vida, ni para bien ni para mal. Ahí es donde cae la compasión en mi perfil. El tercero, es el nivel “alumno o aprendiz”, el que nos cuesta sudor, lágrimas y casi siempre una resistencia inconsciente para lograr cambiarlo, llegar a dominarlo o al menos, neutralizarlo. Reconocer dónde ubicamos cada uno, es en sí una gran lección de humildad. Suelo pedirle a los “valientes”  que busquen ese atributo en su pareja, jefe o persona que critican (porque no exhibe lo que ellos esperan). Identificar aquello que esa persona sí tiene a nivel maestro suele ser justo una de sus principales carencias. Entonces, solemos darnos cuenta que el propósito de toda relación es el aprendizaje mutuo de atributos para crecer como personas.

Tener una u otra virtud a cualquier nivel, no hace mejor o peor a uno que a otro, sólo les debería de indicar cómo las diferencias son justamente lo que los complementa. Ningún atributo es superior y todos, sin excepción, tenemos entre 4 y 8 desarrollados a nivel maestro. Sí, leíste bien, absolutamente todos los seres humanos.

El tercer nivel es la clave y el centro de cualquier conflicto humano (desde una discusión familiar cotidiana hasta el detonante de una guerra mundial). Lo detectamos a partir de las emociones, sentimientos y conductas que queremos evitar y reconocemos nos hacen daño a nosotros mismos o a los demás, pero creemos que no podemos cambiar o es muy difícil controlar. Las maneras de excusar nuestra falta y necesidad de aprendizaje, son infinitas. En el peor de los casos, creemos que son emociones válidas que justifican acciones injustificables, pues aunque se “gane” la batalla, el resultado suele dejar más conflicto, resentimiento o sufrimiento que no haber hecho nada al respecto o tomarnos el tiempo para pensar y decidir desde dónde actuamos.

Aclarada un poco la teoría, vamos de lleno a sumergirnos en el detonante de este artículo: la compasión. La teoría nos dice que no puedo enseñarla a otros como aquellas que me sobran para dar y regalar. Ahora, con el tiempo he descubierto algo interesante sobre algunos atributos que, sin poder definirlo racionalmente, parecieran estar por encima de todos los demás. Es decir, los tengas o no en tu perfil, están presentes y se requieren para participar dignamente en el juego de la vida. A veces, los llegamos a desarrollar a un siguiente nivel (que se mide con la intuición y la experiencia) a partir del trabajo de otros atributos. Esto pasa principalmente con la compasión, la humildad y el perdón.

Un ejemplo personal, fue darme cuenta que trabajando mi humildad, paciencia y dignidad, logré llegar a ser más compasiva y empática con los demás. Además, la admiración (que tengo para repartir) hacia quienes de manera innata tienen el don de la humildad, la compasión y el perdón, me hizo querer tener cerca a personas así, valorar mucho más su compañía e inspirarme en sus aportes al mundo y su forma de actuar.

Un concepto que no suelen mencionar o contemplar las metodologías de Liderazgo, crecimiento personal, propósito de vida o estas tendencias de moda, (porque nos lleva a terrenos delicados que cruzan la línea entre el coach y el terapeuta), es el sufrimiento.

Sufrir, según la RAE, es un verbo transitivo con varias connotaciones: Experimentar [una persona] algo que causa dolor físico o moral o molestia. O bien: Sentir preocupación por algo o alguien. Así descrito suena casi lógico y mandatorio que todos los seres humanos sufrimos y sufriremos mientras existamos.

Tengo afición por retar conceptos y definiciones como lo han hecho históricamente los filósofos (aunque estoy lejos de serlo). Hace años recuerdo la claridad que llegó a mi mente cuando leí el primer libro sobre meditación budista. El autor contaba la historia de la vida de Buda y en un párrafo, que me quedó más grabado que todo lo demás, decía que no podemos evitar el dolor, pero el sufrimiento es una elección, una decisión. Bajo esta premisa, la primera definición de la RAE la dejamos de lado, pues sentir dolor no equivale directamente a sufrir. Me atrevería a decir, que la distancia entre una cosa y otra, depende tanto la interpretación de dolor mismo, como del tiempo y la forma que decidimos adjudicarle.

Compré esa idea al cien. No quiere decir que haya dejado de sufrir instantáneamente en estos años, pero sí he logrado comenzar a ver las situaciones propias y a las personas “en falta” (de salud, alimento, dinero, oportunidades, etc…) con otros ojos.

Sobre la segunda definición oficial, veamos el significado del verbo preocupar.

3. tr. Dicho de algo que ha ocurrido o va a ocurrir: Producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud.4. tr. Dicho de una cosa: Interesar a alguien de modo que le sea difícil admitir o pensar en otras cosas.5. prnl. Estar interesado o encaprichado en favor o en contra de una persona, de una opinión o de otra cosa.

Se percibe una connotación que nos aleja de la misión de la compasión al incluir la preocupación en la receta. Si me preocupo y sufro por mí o por alguien, ¿Realmente esto me acerca a aliviar el dolor que padecemos? ¿De qué me sirve preocuparme por algo o alguien? ¿Qué esconde la preocupación?

Puede ser que la empatía o la compasión emanen del sufrimiento y la culpa en la capa subyacente. ¿Y si debajo de la compasión hubiera optimismo, dignidad y confianza en el poder de curación y superación que tenemos todos los seres humanos? Según lo que haya detrás, la compasión deriva en diferentes resultados. O ambas personas sufren, alimentan el sentimiento en bucle, o bien, si la empatía se acerca a ocuparse, entonces puede que el afligido se dé cuenta de que también puede decidir dejar de sufrir y cambiar su situación.

Vi un documental sobre las “cárceles” en un país nórdico que ejemplifica fácilmente el punto. No son cárceles, pensé. Son algo entre un centro de rehabilitación y un spa. Los “presos” andaban libremente en bicicleta, tenían llave de su habitación y cocinaban, entre otras actividades. Las autoridades comentaron que ellos apostaban a la dignidad inherente del ser humano y que todos (sí, hasta los sentenciados por homicidio) merecen la oportunidad de regenerarse y volver a insertarse en la sociedad. Para lograrlo, debemos confiar en ellos (véase la aplicación de compasión y perdón en esta frase). El porcentaje de reincidencia en ese país, es decir, que salen y vuelven a cometer otro delito, es del 20%, mientras que en Estados Unidos (donde se castiga implacablemente el delito), es del 80%.

Antes de seguir, veamos también el concepto de empatía, según la RAE. 1. f. Sentimiento de identificación con algo o alguien. 2. f. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.

Son tan finas las líneas y los grises que estoy tocando, que me da pavor, pero creo que es necesario. Identificarnos con algo o alguien no implica necesariamente sufrir con algo o alguien (ni castigarlo, pero eso ya parece muy obvio a estas alturas de la reflexión, aunque la realidad nos diga otra cosa).

Tengo más de 15 años trabajando en el mundo de lo social y aunque lo intenté, nunca he podido conectar y aliarme con las instituciones que se presentan compasivas desde un lugar erróneo. Pude ver de cerca cuando predominan aires de superioridad en la intención de ayudar, pues muchos parten de la base de que el otro es débil, no puede o no sabe. Entonces, los donativos o programas no terminan ni se acercan jamás a resolver el problema real, lo que puede también caer en el acto de dar limosna desde el sentimiento de lástima.

Cuando pienses: “pobre” o “pobrecito” sobre alguien, ¡Detente!, esa es la alerta principal que nos indica que podemos actuar desde una compasión teñida de razones incorrectas. Son aquellas que sólo alimentan el ego y lavan momentáneamente consciencias (como se lava dinero), más no le aportan al otro lo que necesita para superar su situación. Lo que he aprendido es que cuando se hace desde compartir el sufrimiento, se menosprecia la capacidad del que sufre, y para rematar, se duplica el sufrimiento poniendo un parche o una “curita” a un problema que requiere cirugía (que sólo puede realizar quien tenga una fortaleza emocional destacable para hacerle ver a la “víctima” que realmente no lo es).

Conclusión, el atributo en sí es perfecto e incuestionable, el mundo sería mejor si todos fuéramos más compasivos. Sin embrago, ser muy compasivo sin la dignidad propia para saber cuándo nos perdemos en el problema del otro o sin la humildad que se requiere para ver su valor más allá de lo que padezca, es indispensable para que la virtud pueda brillar y aplicarse en la práctica con mayor consciencia.

Una última pregunta: ¿Y para qué escogí hablar de la compasión justo ahora? Para que en este camino que el mundo nos obligó a recorrer en 2020 podamos caminar sin la mascarilla del sufrimiento y alcemos la bandera de la verdadera empatía. Pudiendo cuestionar al sistema y a nuestro propio sistema de creencias personales, no habrá “bicho” que nos detenga, porque en este juego, no hay dos equipos compitiendo, ni 195 países, puede haber un sólo equipo ganador, el más compasivo.

Me despido y dejo una tarea para los interesados: ¿Eres maestro, graduado o aprendiz? ¿En qué nivel tienes el atributo de la compasión?

 

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